lunes, 27 de enero de 2014

Parasicología

LA SEÑORA DEL CEMENTERIO

Este relato es real y como otros que ya he escrito lo podéis creer o no, a veces pasamos la vida buscando la magia o el misterio, pero otras veces son ellos los que te buscan a ti.
Hace quince años aproximadamente y pasaba por una circunstancia muy dolorosa, la cuál desembocó en una depresión estaba confusa y desorientada, sin saber que hacer con mi vida, subía a un autobús sin importarme que destino llevaba, paseaba sin ningún rumbo, observaba a la gente como hablaban, reían, jugaban con sus niños,lo que es una vida normal y cotidiana, yo entonces les envidiaba pero también tenía un punto de rencor.
Sentía que ya no formaba parte de la vida, la gente a veces tropezaba conmigo como si fuera invisible; en una de esas salidas decidí coger un autobús como hacía la mayoría de días, pero esta vez tenía la necesidad de ir al cementerio dónde están enterrados mis abuelos, nada raro porque me gusta el silencio, ver las tumbas antiquísimas que todavía existen y sobretodo escuchar lo que me dicen las voces calladas de los muertos.
Un mes de agosto con un calor de castigo, compré unas flores para mis abuelos y fui a buscar ese rato de paz, pasaron horas sin ver a nadie, había llegado a las doce del mediodía y cerraban a las seis de la tarde, cuándo me quise dar cuenta las pocas personas que habían se dirigían ya hacía la salida.
Y o estaba sentada en un banco de madera cerca de la tumba de mis abuelos, me levanté para dar un último paseo antes del cierre cuándo se dirigió a mí una señora con una olla de comida dentro de una cesta, me preguntó si podía esperarla mientras daba de comer a los gatitos que vivían en el cementerio, le dije que sí porque y también adoro a los gatos,así es que ella los llamó y ellos acudieron a comer.
Cuándo terminó me dijo que no me preocupase por mis abuelos, que ellos estaban bien y que ella los cuidaría siempre; lo curioso fue que yo no le había hablado de ellos y tampoco estábamos cerca de su tumba, así como tampoco le conté nada de mí ni de la circunstancia por la que estaba pasando.
Seguimos andando hacia la salida y ella seguía hablando, me decía que a partir de ese día mi vida iba a cambiar para mejorar, que no debía estar tan triste y algunas palabras más de ánimo y consuelo; cuándo nos acercábamos a la puerta,me señaló el monumento de los muertos por el cólera y dijo -yo estoy ahí- pensé que no la había entendido bien y no le dí importancia.
Una vez en la salida me pidió que saliéramos por una pequeña puerta secundaria en vez de la principal porque según ella los vigilantes no la dejaban salir; una vez fuera, subimos al mismo autobús y me contó algunas cosas de su vida que me parecieron bastantes normales para una señora de su edad, pero pasado un rato un chico joven que estaba sentado cerca me preguntó si estaba hablando con él y le contesté que no, que hablaba con la señora que estaba a mi lado, ella me dijo que le faltaban dos paradas para bajar.
En la parada anterior a su destino subió una chica que mirándome a los ojos con preocupación me preguntó si me encontraba bien, le dije que si y le di las gracias por su interés; llego la parada de la señora, nos despedimos y bajó.
Pasado un tiempo y para mi sorpresa mi vida fue cambiando, sin prisas pero sin pausas, poco poco recuperé el norte.
No volví a ver a la señora, ni siquiera se su nombre, aunque acudo al cementerio dos o tres veces al año, y por cierto, la tumba de mis abuelos está siempre impecable, limpia pese a las lluvias, al viento y al polvo, lo que no pasa con las otras que están cerca.
Ahora pienso que en el cementerio no acompañé a nadie, que con nadie salí por la puerta secundaría y que con nadie hablé en el autobús, lo que si tengo claro es que lo que me dijo se cumplió.


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