martes, 21 de enero de 2014

Esoterismo

Aunque más adelante continuaré con los inciensos, y sus propiedades para utilizar en nuestros ritos de magia blanca, hoy por ser el aniversario de estos hechos reales, quería que conocieseis la historia, y después de leerla no creo que nadie dude de que los animales al igual que los humanos, también tienen alma, y seguramente más pura por su inocencia que la de cualquiera de nosotros.

Hace uno veinte años adopté a un perro al que llamé Korak, durante varias semanas esperé pacientemente a que su madre pariese y le diese de mamar hasta que pudiera llevármelo a casa, y por fin llegó el gran día.
Era una camada de seis cachorros y todos ladraban, jugaban y comían, todos excepto uno que estaba sentado de espaldas a todos, mirando fijamente a una pared y con los ojos tristes, así es que decidí que él era el elegido, Korak.
Era un perro inteligente y cariñoso, pero terriblemente independiente, así es que todos los días salíamos a correr por espacios abiertos.
Durante cuatro años vivimos felices mi perro Korak, mi gato Kush y yo; hasta que en mi ocurrió una fatalidad y me vi obligada a dejar la casa e intentar que alguien adoptase a mi adorado Korak, mi amigo, mi consuelo.
Tuve suerte de encontrar a un joven matrimonio que me había presentado una conocida y dentro de la desgracia me alegré por él, vi como la pareja jugaban con él e intentaban ganarse su confianza, les pedí el teléfono para llamarles de vez en cuándo y ver como se iba adaptando Korak, y ellos me invitaron a verlo cuándo yo quisiera; pero eso no pasó nunca, era demasiado el dolor, aunque sabía que él estaba bien y era feliz.
Años después, volví a estar sola y necesitada de dar y recibir amor, así es queme dirigí al refugio dispuesta a adoptar a otro amigo.
La triste estampa de ver a quinientos perros que habían entonces, la llevaré siempre grabada, todos se peleaban por una caricia, ladraban para llamar la atención, habían cachorros, adultos, ancianos de todo tipo y condición, pero solo podía llevarme a uno, y ese fué Casper.
Recorrí todo el refugio y en una de las últimas jaulas habían una camada de cuatro cachorros, era la hora que los voluntarios les daban de comer y tres de los cuatro perros comieron ladraron y jugaron conmigo, el cuarto no comió, estaba de espaldas a todos y tenía la mirada triste.
Me llevé a Casper un perro pastor ovejero, desconfiado, independiente, inteligente y muy cabezota.
Salíamos todos los días a correr o dar un paseo, y él todos los días se escapaba, así es que siempre tenía que llevarlo con correa.
Cuando Casper cumplió cuatro años, en uno de nuestros paseos, se escapó, lo busqué durante horas, hasta que no pude más y con la esperanza de que hubiese vuelto a casa, y así fué, intenté cogerlo pero no pude, a cada intento salía corriendo, lo llamé, me senté a esperarlo con la desesperación de tenerlo a dos metros de mi y no poder acercarme a él.
Inconscientemente una de las veces que lo llamé dije el nombre de Korak en vez de el suyo, y para mi sorpresa Casper obedeció a ese nombre y se acercó a mi, gimiendo y dándome lametazos,subimos a casa y quedó todo en un susto.
Meses después volvió a ocurrir lo mismo, pero esta vez Casper no aparecía y yo estaba desesperada, di parte a la policía local, pegué carteles, hablé con veterinarios y colgué fotos, llevaba microchip y yo esperaba que si alguien lo veía diera aviso; yo salía a buscarlo todos los días sin encontrarlo.
Recibí muchas llamadas de personas que decían haberlo visto en tal o cual calle o en tal o cual pueblo, yo iba a todas las direcciones que me daban, pero volvía destrozada e impotente.
Habían pasado una semana y yo había perdido la esperanza de encontrarlo, pero uno de esos días recibí la llamada de una persona que dejo haberle visto, como siempre pedí la dirección y cuándo me la dio sentí un escalofrío, era la calle y el barrio donde yo había vivido hacía veinte años.
Cuándo llegué a la calle de mi antigua casa lo vi, flaco, con el pelo enredado, tumbado en el jardín que había al lado del patio,me acerqué a él y no se movió, como si no me conociese, intenté tocarlo y me gruñó, le hablé y le llamé por su nombre, pero me ignoró.
Dentro de mi desesperación recordé la vez que se escapó y sin darme cuenta le llame Korak, volví ha hacerlo y volvió a sorprenderme cuando se levantó, gimió y me dio lametazos;estuve no se cuanto tiempo antes de volver a casa con él, acariciándole, hablándole, susurrándole, y en mis susurros le seguí llamando Korak y le pedí perdón por haber tenido que dejarle.
Quiero puntualizar que Casper y yo jamás habíamos ido a ese barrio, con lo cuál no podía conocerlo, que mi antigua casa estaba a veinte kilómetros de la actual y que a partir de ese día no volvió a escaparse.
Volvimos a la vida cotidiana, hasta que un día llamó por teléfono el chico de la pareja que habían adoptado a Korak, para decirme que hacía un mes que había fallecido; entonces lo entendí todo.

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