martes, 4 de febrero de 2014

Juanito Forever

Jueves diecisiete de septiembre

Hoy el día ha empezado bien, quitando las dos horas que el mimao se ha pasado llorando.
Nos ha dicho que se ha peleado con Borja en la clase de Pepa, su seño, dice que cuando estaba escribiendo en la pizarra se le ha caído la tiza y el muy pelota de Borja se ha levantado enseguida para recogerla; Dani se ha puesto a nacer y le ha dicho que la seño es su novia desde primero de preescolar porque  la vio antes, así es que el único que tenía derecho a recoger la tiza era él porque además siempre ha sido su favorito.
Borja le ha dicho que eso quisiera, que la seño un día le dio un beso y le dijo que mi hermano era tonto.
Al oír eso Dani se ha puesto como un energúmeno y le ha dado una patada en la espinilla, pero Borja que es más grande le ha dado una torta que le ha hecho saltar el diente que hacía unos días se le movía.
La seño los ha separado y les ha dicho que para ella todos sus alumnos son iguales y a todos los quería por igual, pero mi hermano se ha saltado el discurso de Pepa y se ha puesto a buscar el diente por el suelo para dárselo por la noche al Ratón Pérez.
Cuándo se le ha pasado la llantina, dos horas después, me ha dicho que estaba harto de estar mellado, que ya casi no tenía dientes y que hasta ahora nunca había conseguido ver al dichoso Ratón, así es que había decidido que de esta noche no pasaba, así es que me ha preguntado si le podía ayudar a buscar la ratonera que compró mi madre en las vacaciones del pasado verano; le he dicho que le ayudaría si me prometía no chivarse al Ratón Pérez de que yo le había ayudado a descubrirlo, por si acaso a mi me queda algún diente por caer y no me dejaba nada debajo de la almohada; después de prometérmelo hemos cerrado el trato escupiéndonos las manos y chocándolas.
 Primero hemos ido al cuarto de los trastos inservibles y hemos encontrado un montón de cosas de las que nos trae mi padre cuándo vuelve de los viajes y después de jugar y hacer el ganso un rato, hemos cogido la ratonera, me acuerdo que la compró mi madre porque la casa que alquilamos en el monte para pasar las vacaciones estaba llenita de malditos roedores y otros bichos raros que andaban por el bosque.
En realidad esa trampa la tenía que haber comprado mi padre, pero se nos perdió, porque a él la naturaleza y todas esas cosas le gustan muchísimo, así es que un día muy tempranito salió a comprar la ratonera, pero durante el camino a la tienda, debió sentir la llamada de la selva o algo así y se fue a escalar montañas.
Como por la tarde no había vuelto a casa, mi madre avisó a los forestales, a los bomberos y a la más cotilla del pueblo.
Pasaron muchas horas, y al final cuándo ya era de noche, lo encontraron arriba de una montaña, porque subir si pudo si, pero bajar le daba repeluzno.
Los forestales lo bajaron haciéndole la sillita de la reina y nos contaron que cuando subieron a rescatarlo estaba sentadito en una piedra y muy quietecito, que parecía ser que había hecho amistad con un pájaro negro que se entretenía poniéndole ramitas en el pelo y cuando se cansaba, se le sentaba encima de la coronilla.
Como habían pasado muchas horas juntos, mi padre se había encariñado y se lo llevó a casa para que pudiera seguir construyendo su nido.
Al principio todo fue de las mil maravillas y mi padre andaba muy tiesecito para que no se le cayese el nido de la cabeza, hasta que un buen día el pájaro empezó a meterse con la abuela y empezó por robarle las medallas que mi abuelo había ganado jugando a La Oca, luego le mangó el escapulario de Santa Engracia, pero lo más fuerte es cuándo un día intentó meterse en su boca para robarle una muela de oro.
La abuela se cabreó y dijo que el pajarraco o ella.
Mi madre se cabreó y dijo que su madre y ella o el pajarraco.
Mi padre se lo pensó y se fue con el pajarraco porque estaban muy unidos, pero al ratito volvió, se comió una caja de galletas y se durmió.
Yo también me voy a dormir, cuándo ponga la trampa al Ratón Pérez.

 

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